“El perfeccionismo es una muerte lenta. Si todo saliera como yo lo hubiese querido, como yo lo hubiese planeado, entonces nunca experimentaría nada nuevo; mi vida sería una repetición interminable de éxitos estancados. Cuando cometo un error experimento algo inesperado… Cuando he escuchado mis errores, he crecido».― Hugh Prather
Reflexión
En el camino de intentar vivir una vida un poco más consciente y basada en los principios del amor, la sabiduría y la compasión, a menudo nos encontramos con un obstáculo interno y sutil. Me refiero al obstáculo de confundir el esfuerzo orgánico de aprender de cada situación y tomar cada momento como un espacio de práctica, con el esfuerzo tenso de enfrentar la vida, las situaciones y sobre todo a uno mismo como algo que debiese ser de algún modo perfecto.
Esta confusión puede hacernos creer que las acciones externas (de los demás y de uno mismo) son las que definen las cualidades de las personas, sin embargo, es fácil reconocer que muchas veces los gestos de amabilidad, generosidad y las palabras bonitas pueden venir de muchos estados mentales e intenciones diversas, por ejemplo, del deseo de manipular a otro, de obtener prestigio y reconocimiento social, de hacer negocios a futuro, o quizás más simplemente, del deseo de ser apreciado, aceptado y afirmado en nuestra identidad y autoestima.
La verdad es que no hay nada malo en querer ser querido por otros, ya que ésta es una motivación muy humana que tiene un efecto socialmente positivo, al promover actitudes educadas, amistosas y flexibles en nuestras interacciones. Sin embargo, es común ver que este deseo de ser apreciado puede llegar demasiado lejos y convertirse en una tendencia compulsiva por agradar basada en el temor a ser rechazado por los demás o en el deseo carente de suplir las inseguridades de una autoestima frágil. Cuando las acciones amables o virtuosas surgen de este núcleo de inseguridad más que de un flujo orgánico, caemos en la paradoja de buscar calzar con una imagen autoimpuesta de perfección que, o nunca se alcanza, o bien si se alcanza no satisface del todo.
Cuando actuamos en el mundo desde esta visión carente de nosotros mismos y no recibimos la respuesta de alabanza o aceptación de parte de los demás, evidentemente hay frustración y una profundización de la falta de autoestima. Pero quizás lo más trágico sea que aun si recibimos la alabanza o aceptación que buscábamos, es usual que no haya una satisfacción verdadera, ya que en el fondo sentimos que los demás han valorado simplemente lo que hemos hecho, y no lo que somos. Esta puede ser una trampa agotadora, ya que podemos llenarnos la vida de actividades, hacer trabajos voluntarios, participar de sociedades de beneficencia, cuidar a personas enfermas, etc. , pero si no actuamos desde una cierta paz interna que nazca de la aceptación verdadera de nosotros mismos, y si en cambio estamos en una constante guerra entre lo que somos y lo que creemos que deberíamos ser, nuestra ayuda tendrá poco impacto o será incluso perjudicial, y en vez de ser más felices, nos volvemos más amargos y enjuiciadores de nosotros mismos y de los demás.
                                                               Pausa Mindfulness

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